Admiro a Ryan Murphy. Creo que tiene la inteligencia y la capacidad de generar conceptos transgresores y muy atractivos para el espectador. Recuerdo, de entrada, Popular, su mordaz visión de la subcultura del instituto estadounidense, precursora de su creación más famosa hasta la fecha, Glee. Un instituto donde los inadaptados crean un coro de perdedores que versionan clásicos de musicales o el último tema de Rihanna. Crema. Desde luego, la más interesante para mí ha sido y es su serie de cirujanos plásticos: Nip/Tuck, donde trataba sin complejos no sólo la superficialidad de la costa oeste de Estados Unidos, sino temas más controvertidos en relación con el sexo, la identidad sexual y el concepto de familia. Tiene Murphy, además, una capacidad inenarrable para cargarse sus premisas con sucesivas temporadas cada vez más absurdas que trata de enmendar en la última tanda de al serie. Antológica es la temporada final de Nip/Tuck, si me permiten.

Una familia en crisis se instala en una antigua casa colonial. Un matrimonio enfrentado por la infidelidad de él y una hija adolescente con todos los problemas que ello conlleva, vecinos misteriosos y entrometidos, sucesos sin explicación... fantasmas que empiezan a poblar la casa y desconocidos que se ven arrastrados a ella. Podría haberse quedado en lo fácil, la historia de familia que se muda a casa encantada, pero Murphy y compañía se empeñaron en hacerlo todo bigger than life y nos presentaron a personaje por episodio las historias de todos los fantasmas que habitan la casa. El gran acierto de todo, más allá del malrrollismo imperante y la excelente producción, reside en el constante juego de referencias y en la reelaboración de las normas del género. Los fantasmas adoptan forma corpórea a voluntad y pueden golpear, pueden dañar a los vivos; así pues, es prácticamente imposible distinguir a los vivos de los muertos. Todos los fantasmas de la casa, desde sus inicios, componen un aquelarre singular y, más allá de la relación que puedan entablar con los huéspedes, destacan los tensos lazos que los enfrentan o agrupan entre sí. Entre los fantasmas existe una guerra.
Y ese reparto entregado de lleno al género. Hay veces en que los actores o actrices no se han tomado en serio su rol en una cinta de terror o ciencia-ficción por lo absurdo de la propuesta, pero en este caso todos aceptan a sus personajes hasta la última consecuencia. Quiero enfatizar el buen hacer de Jessica Lange en el que probablemente es uno de los papeles de su vida, ese descubrimiento que supone Taissa Farmiga, hermana de Vera Farmiga y la presencia de una deslumbrante (y aterradora) Kate Mara. Y junto a los personajes, su ritmo loco, porque cada episodio es la historia de un personaje o una familia desgraciada y cómo ha llegado a parar a esa casa, y su relación con la familia protagonista, la lluvia incesante de muertos y entierros; en definitiva, la espiral de locuras y sorpresas que depara esta historia.

En definitiva, American Horror Story es, en su primera temporada, perfecta tal y como está, con esa historia que se cierra y todo el juego que podían dar sus personajes sin quemarse. Esperemos que, en la segunda temporada, logren sorprendernos y mantener el listón tan alto como lo han dejado. Chapeau.
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