domingo, 17 de enero de 2010

El Doctor me hace llorar (II)


Prosigamos el viaje por los ríos de lágrimas que nos ofrece esta joya que es Doctor Who. Donna perdió dos años de su vida en pos del Doctor, pero no será la última ni la única. Ya en su momento, una acompañante sufrió el abandono del señor de la gabardina. La dejó en la Tierra, en Londres, y ella se convirtió en una periodista a la búsqueda de fenómenos cuanto menos, sospechosos. Ahora, ya adulta, mientras investiga un caso le reprocha al Doctor que la dejara atrás y la olvidara, aunque él le asegura que no la podría olvidar. Todas son especiales. Todas.

The blower’s daughter
Vale, que sí, que el Doctor perdió a su familia y es un hecho que lo marcó profundamente. Pero no vimos cómo sufría el tormento de ver desaparecer a los suyos. Recordad cuán emotivos son los filmes sobre el holocausto, pensad en Adrien Brody, el pianista que ve cómo secuestran y matan a su familia sin que él pueda remediarlo. Y es que las Guerras del Tiempo, al fin y al cabo, fueron un genocidio doloroso como los que conocemos. Russell T. Davies, previsor como es, advirtió el gran potencial que guardaba el drama de ver a un padre perder a sus hijos, a su mujer, a su hermano… y así llegó a un episodio escrito para cargar (más aún) de humanidad al protagonista. No creo que el hecho de que el Doctor perdiera una mano fuera un hecho casual, creo que todo estaba medido. Por motivos que no vienen al caso, se engendra a la hija del Doctor a partir de su material genético. Una belleza rubia que, al contrario que su padre, tiene carácter beligerante. Al principio, el Doctor no quiere entrar en el juego de la nueva paternidad. Ya ha sufrido bastante: hace unos días leí una entrevista a Susan Sarandon, y decía que “uno no empieza a pensar en la muerte hasta que tiene hijos”. Supongo que de ahí deriva la reticencia del Doctor en un principio, pero pronto advierte que él vive dentro de ella, que son la misma esencia, que… tiene la ocasión de empezar de cero. Tras continuas regañinas y aventuras peligrosas, la hija del Doctor se expone al utilizar armas (un signo inherente al Doctor es que no cree en el uso de armas, rasgo extrapolado hasta lo cómico en Sarah Jane) y finalmente salva a su padre y a los demás, a Donna y Martha, sacrificándose en el empeño. El Doctor se enfada con todos, y amigos y enemigos le dan la tregua para acompañar a su hija en la muerte. Una secuencia poderosa, hermosa y desgarradora donde vemos cómo la hija muere entre los brazos del Doctor, todo esto en un jardín botánico de Swansea. Bien, luego viene la trampa. Steven Moffat, guionista y nuevo encargado de la serie desde 2010, propuso que en un último momento la hija resucitara (después de todo, su material es el de un Señor del Tiempo), quizás con vistas a retomar el personaje en futuras temporadas… La cuestión es que el daño está hecho, el Doctor cree que su hija ha muerto, ha llorado su pérdida y se verá obligado a olvidar mientras nosotros sorbemos los mocos.

Love me tender
Cuando Doctor Who se estrenó, por muy avanzados que sean los británicos, la serie era tan mojigata como la sociedad. Además, se trataba de un producto blanco destinado a toda la familia.
Russell T. Davies, procedente de la sexualmente acelerada Queer as folk, no tiene más que utilizar un recurso necesario en cualquier producto televisivo: TSNR. La tensión sexual no resuelta es marca de la casa en productos como Luz de luna, Expediente X o la reciente Bones, y Doctor Who tenía todo lo necesario para que se diera. Un protagonista carismático y terriblemente atractivo, un/a acompañante temporal y distintos personajes, así como el liberalismo sexual de una raza que ha sobrepasado cualquier prejuicio. Si bien los puretas han rechazado el carácter sexual que ha adquirido la serie, la constante hoy en día es “renovarse o morir”. El Doctor es guapo, lo sabe, y como irresistible que es flirtea con todas las criaturas de la galaxia. Pero si hay una raza que le parece extraordinaria, esos somos los humanos. Dice que tenemos una inquebrantable capacidad de resurgir de nuestras cenizas, que los humanos somos, permítanme la metáfora, las cucarachas del Universo: eternos. Donde cualquier otra criatura vería una bolsa de carne rosa y tripas, pelo y demás guarradas, él percibe lo excepcional.
Así pues, a la necesidad de compañía se suma la atracción por los humanos. El Doctor, y parecerá una chorrada, ha besado a todos sus acompañantes por efímeros que fueran (ahí está Kylie Minogue en la renovada versión del Titanic), siempre en la continuación de 2005. A Rose es a la que más cariño le cogió, un cariño que, por culpa de la inevitable separación, se tradujo en obsesión y amor. Para qué negarlo, el Doctor se enamoró de Rose. Con Martha, sin embargo, pasó lo contrario. Martha se enamoró a la primera y él la ignoró, ocupado como estaba tratando de olvidar a Rose. Con Donna se estableció una preciosa relación de camaradería que se interrumpe de la manera más dura. En cualquier caso, y aunque ella no lo recuerde, el Doctor siempre la llevará en el corazón. Tampoco podemos obviar el flirteo con el capitán Jack Harness, protagonista y alma mater de Torchwood.

Pero el Doctor, más allá de las relaciones puramente amistosas con sus acompañantes, también tiene corazón y se ha enamorado en alguna ocasión. La más sonada, por lo bonito del romance y lo dramático de su fin, es la relación que entabló con una francesa que nos rompió el corazón. El Doctor y compañía encuentran en una nave espacial ventanas temporales que dirigen a una chimenea en un palacio del s. XVIII. Ahí el Doctor conoce a una niña que se convierte en su cómplice, y decide volver a la nave. Al cabo de unos minutos atraviesa de nuevo la chimenea y encuentra a una joven que se presenta como la niña que una vez, hace muchos años, encontró a un señor extraño en la chimenea. Conforme conversan, el Doctor descubre que se trata de Madame de Pompadour. Son varios los encuentros que se dan donde se crea un amor correspondido. Ella habla de él como “mi amor” y “ángel solitario”. El Doctor le promete constantemente que volverá a encontrarse con ella, y cuando al fin logra atravesar la chimenea encuentra una habitación vacía. Un hombre le entrega una carta que Jeanne-Antoinette había escrito al Doctor donde decía que era el amor de su vida. El hombre le comenta que acaba de morir, con cuarenta y dos años, y se llevan su cuerpo de Versalles. Y una vez más, vemos el peso del mundo en los ojos del Doctor. Para mí, el mejor episodio hasta la fecha.

I don´t want to go
Cada vez que el Doctor está a punto de morir, como ya he señalado, se regenera en un nuevo cuerpo. En esencia el mismo personaje, pero con muchos matices que hacen a cada doctor único. En lo que llevamos de serie (renovada) los rostros del Doctor han sido el de Michael Eccleston durante la primera temporada, David Tennant en las tres siguientes y el relevo de John Simm a partir de ahora. El resto, no lo sabremos hasta dentro de ¿un(os) año(s)?. Estos son los Doctores nueve, diez y once.
El Doctor sabe lo que es la muerte: la ha mirado a la cara en demasiadas ocasiones, ha sufrido la muerte de familiares y amigos… y teóricamente ha muerto en diez ocasiones. Si le podemos reprochar algo a Russell T. Davies en su papel de guionista es que empatiza demasiado con sus personajes, les coge cariño y le cuesta deshacerse de ellos. Es demasiado evidente en los casos de Rose, que aguantó dos temporadas y ha hecho distintas apariciones estelares desde entonces, y en el caso del Doctor que compone Tennant. Antes de permitirse la regeneración, interviene en el devenir (joder, andamos hoy redundantes…) de sus amigos y los ayuda de un modo. Cuando Tennant mira por última vez a la cara, parece que su muerte va a ser definitiva. “I don’t want to go”. ¿Excesivo? Sí. ¿Funciona? Mucho. Entonces, por mí bien.
Por otra parte, según las reglas de los Doctores del Tiempo sólo hay doce regeneraciones, de modo que quedan dos más y el Doctor será un mortal más, tal y como los humanaos. Su némesis, el Maestro, se trata de un Señor del Tiempo que renegó de su especie, que enloqueció y ha cambiado de cuerpo en numerosas ocasiones hasta el hecho de regenerarse en diversas especies. Así pues, ¿llegará el día en que veamos morir al Doctor?

En definitiva, podría decirse que el Doctor es un personaje fascinante que ha tenido que aprender a vivir con el tormento de la culpa, las muertes, el olvido, las despedidas… y logra sobrevivir. Si a esto le sumamos una de las mejores bandas sonoras que se componen en el medio televisivo, os aseguro que ese señor menudo que viaja en una caja azul os tocará la fibra en más de una ocasión. Lo dicho, a mí el Doctor me hace llorar.

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