sábado, 24 de diciembre de 2011

Black Mirror: Dead Set 2.0

Ver Telecinco es malo para la salud, para la inteligencia, para la humanidad. Yo no veo Telecinco, pero tengo familiares que sí lo hacen y estoy convencido de que no son peores personas que yo. Pero existe esa idea. Después de todo, la culpa no es de Telecinco, sino de los espectadores y de los creadores de este tipo de televisión. Como digo, no es algo propio de España o de una sola cadena; en otros países también tienen lo suyo, y pienso por ejemplo en Reino Unido o Italia.
Bien, los británicos son muy dados a transgredir géneros y llegar donde los demás creadores no se atreven. En esta ocasión vengo a hablar de un tipo peculiar, guionista extraordinario, que bebe las mieles del éxito gracias a que se le ha dado mano libre para hacer televisión de autor, Charlie Brooker.
     Hace unos años fue la miniserie que lo dio a conocer a todo el mundo, . Recuerden: invasión zombie, todo el mundo se contagia salvo los habitantes de Gran Hermano, naturalmente aislados y ajenos a lo que sucede fuera de su Guadalix de la Sierra británico. Es entonces cuando una trabajadora del programa acaba colándose y, junto a ella, varios muertos vivientes. Entonces se desata la masacre. Hay mordiscos, gritos, insultos, muerte, sangre, mucha sangre. Imaginad si había sangre que parecía puro gore. Y mucha gente se quedó en el gore, cierto. Bueno, sin intención de joder la impresión, he de decir que el final de la miniserie me pareció de una desesperanza horrible. La última imagen, si mal no recuerdo, era la de los caminantes (muertos o infectados) que se detenían ante un escaparate a ver la emisión del programa, donde sólo quedaban más zombies. Zombies que se entretienen viendo a otros zombies. Tonto quien no capte la metáfora.
Ahora, en pleno 2011, en la era de la comunicación instantánea, con las redes sociales que controlan toda nuestra vida, con un modo de hacer televisión rayano lo absurdo, llega . Charlie Brooker vuelve con una apuesta mucho más arriesgada que su serie zombie. Ahora explora hasta qué punto puede llegar el ser humano, dónde está el límite de las redes sociales, del reality show, de la vida ficticia y la vida real. Se trata, además, de historias independientes, cada una de una duración y cada una con unos protagonistas distintos. El primer episodio, “The National Anthem”, se trata de un thriller político con un punto de vista absurdo, macabro, incluso divertido, pero un desarrollo crudo y durísimo para el espectador. Se trata, con toda probabilidad, del mejor drama escrito en años. Desde luego, el mejor drama político (por cercano que esté El escritor (fantasma) de Polanski).
     El Primer Ministro británico puesto entre la espada y la pared por un desconocido que se escuda en el anonimato de Internet y las nuevas tecnologías, un gabinete de imagen preocupado por la opinión pública y una opinión pública que ya no se mide al cabo de los días mediante encuestas, sino a través de la respuesta popular en las redes sociales. El tipo que pone al Primer Ministro en punto crítico se sirve de Youtube para lanzar su comunicado de modo que así se filtre y se convierta en un viral en cuestión de minutos, Twitter y demás redes sociales claman la cabeza del político o lo absuelven en cuestión indistintamente. ¿Hasta qué punto es capaz de llegar una persona para salvar su reputación? ¿Cómo se mide la reputación?
     El segundo episodio fue, en mi opinión, un bajón conceptual, si bien la realización es brillante. Aquí, encontramos una sociedad distópica donde los humanos generan energía que equivale a dinero y, por tanto, al estatus social. Por ende vemos clasismo y entretenimiento de masas, la utilización de redes sociales como único vehículo de interacción entre personas. Los humanos se relacionan a través de avatares que circulan entre los cubículos donde viven, porque viven en cubículos grises, pequeñas cárceles con pantallas por paredes de las cuales no se puede escapar. Entiéndase: tecnología que controla al hombre, mundo de metal, todo es ficticio. La vida no se experimenta; se intuye a través de la ficción ideada para mantener a las masas dormidas. Entretenimiento de masas como opio del pueblo. Mundo irreal, vida irreal, emociones que viajan en código binario. En cualquier caso, creo que el desenlace, el plano final es un puñetazo que reivindica el valor de este episodio.
     El tercero, por su parte, es brillante. Los seres humanos cuentan con dispositivos donde almacenan todos sus recuerdos; estos dispositivos, conectados al cerebro, graban 24/7 lo que acontece en las vidas de las personas. Esto tiene dos consecuencias: el hombre no tiene memoria y el hombre no tiene mentira. El primero, dentro de lo malo, es salvable gracias al dispositivo y, en cierto modo, se trata del reflejo de lo que acontece ya con los internautas: déficit de atención, menor necesidad de memoria  dado que las fuentes de información son instantáneas; el segundo es horrible, sobre todo para las relaciones interpersonales. Empleados que no pueden engañar a sus jefes, crisis de pareja irresolubles si ninguno quiere ceder... Aquí es donde brilla el tercer episodio: la historia de una pareja que se oculta cosas, como todas las parejas. El problema surge cuando el uno trata de bucear en los recuerdos del otro para tratar de averiguar los sentimientos del compañero. Violación de la intimidad más pura, la que habita en la consciencia de cada uno. Hay varios momentos brillantes en este episodio, pero me gustaría dedicar dos: el momento del polvo en el que cada cual se dedica a rememorar el mejor polvo de sus vidas con los ojos opacos y la parte final, cuando él, ya solo en la casa, repasa su vida cotidiana con ella en la más absoluta soledad. Sólo le puedo reprochar el final, que he encontrado demasiado fácil; mi final habría consistido en él viviendo para siempre así, de recuerdos, en el silencio del sofá, en la desgracia del abandono. Será que soy un romántico... He leído en algún lugar que el invento de los recuerdos almacenados entronca en cierto modo con el muro de Facebook o el TL de Twitter, esto es, todos los datos que dejan constancia de una vida: conversaciones, películas vistas, vídeos, canciones dedicadas, eventos... la vida ordenada cronológicamente a través de recuerdos ficticios. Demoledor. Desolador.

viernes, 23 de diciembre de 2011

American Horror Story



Admiro a Ryan Murphy. Creo que tiene la inteligencia y la capacidad de generar conceptos transgresores y muy atractivos para el espectador. Recuerdo, de entrada, Popular, su mordaz visión de la subcultura del instituto estadounidense, precursora de su creación más famosa hasta la fecha, Glee. Un instituto donde los inadaptados crean un coro de perdedores que versionan clásicos de musicales o el último tema de Rihanna. Crema. Desde luego, la más interesante para mí ha sido y es su serie de cirujanos plásticos: Nip/Tuck, donde trataba sin complejos no sólo la superficialidad de la costa oeste de Estados Unidos, sino temas más controvertidos en relación con el sexo, la identidad sexual y el concepto de familia. Tiene Murphy, además, una capacidad inenarrable para cargarse sus premisas con sucesivas temporadas cada vez más absurdas que trata de enmendar en la última tanda de al serie. Antológica es la temporada final de Nip/Tuck, si me permiten.
     Por eso, cuando se anunció que preparaba una serie de terror, la noticia se recibió con cierto escepticismo no exento de curiosidad. ¿Ryan Murphy detrás de una serie de terror? No obstante, las noticias que llegaban con cuentagotas no hacían sino acrecentar la sensación de que podíamos encontrarnos ante algo grande. Un reparto de aúpa: Jessica Lange, Frances Conroy, Connie Briton, Zachary Quinto, el fichaje estelar de Mena Suvari... Hablaban de un especial Halloween, unas promos loquísimas y muy lacónicas, hasta que comenzó el viaje.
     Una familia en crisis se instala en una antigua casa colonial. Un matrimonio enfrentado por la infidelidad de él y una hija adolescente con todos los problemas que ello conlleva, vecinos misteriosos y entrometidos, sucesos sin explicación... fantasmas que empiezan a poblar la casa y desconocidos que se ven arrastrados a ella. Podría haberse quedado en lo fácil, la historia de familia que se muda a casa encantada, pero Murphy y compañía se empeñaron en hacerlo todo bigger than life y nos presentaron a personaje por episodio las historias de todos los fantasmas que habitan la casa. El gran acierto de todo, más allá del malrrollismo imperante y la excelente producción, reside en el constante juego de referencias y en la reelaboración de las normas del género. Los fantasmas adoptan forma corpórea a voluntad y pueden golpear, pueden dañar a los vivos; así pues, es prácticamente imposible distinguir a los vivos de los muertos. Todos los fantasmas de la casa, desde sus inicios, componen un aquelarre singular y, más allá de la relación que puedan entablar con los huéspedes, destacan los tensos lazos que los enfrentan o agrupan entre sí. Entre los fantasmas existe una guerra.
     Y ese reparto entregado de lleno al género. Hay veces en que los actores o actrices no se han tomado en serio su rol en una cinta de terror o ciencia-ficción por lo absurdo de la propuesta, pero en este caso todos aceptan a sus personajes hasta la última consecuencia. Quiero enfatizar el buen hacer de Jessica Lange en el que probablemente es uno de los papeles de su vida, ese descubrimiento que supone Taissa Farmiga, hermana de Vera Farmiga y la presencia de una deslumbrante (y aterradora) Kate Mara. Y junto a los personajes, su ritmo loco, porque cada episodio es la historia de un personaje o una familia desgraciada y cómo ha llegado a parar a esa casa, y su relación con la familia protagonista, la lluvia incesante de muertos y entierros; en definitiva, la espiral de locuras y sorpresas que depara esta historia.
     Pero el interés de la serie no reside tanto en la trama como en el concepto del que parte. La idea de Murphy supone una revolución en la forma de hacer series porque, más allá de la historia y los personajes, tras American Horror Story subyace un concepto: el terror norteamericano en todas sus vertientes. La intención es seguir explorando el terror  en todas sus formas en sucesivas temporadas que nada tengan que ver entre sí; es decir, cada temporada debería adoptar la forma de una miniserie independiente, todas aunadas como Historia del Terror Estadounidense. Para el primer asalto han decidido partir de un clásico como es la casa encantada, pero aún existe una galería de monstruos y leyendas urbanas por explotar en nuevas temporadas, nuevas reinterpretaciones del miedo con historias que poco tengan que ver entre sí. Para que quede claro, la intención es hacer una Skins, cambiar el reparto entero entre temporadas, como si cada una, además, fuera una serie distinta. Esto contradice en parte el fuerte marca de la casa como es una premisa potente, pero también salvará a American Horror Story de caer en la trampa en la que tarde o temprano acaban cayendo todas sus series: la de los giros de guión y virones absurdos a costa de la atención del espectador.
     En definitiva, American Horror Story es, en su primera temporada, perfecta tal y como está, con esa historia que se cierra y todo el juego que podían dar sus personajes sin quemarse. Esperemos que, en la segunda temporada, logren sorprendernos y mantener el listón tan alto como lo han dejado. Chapeau.