miércoles, 4 de noviembre de 2009
La cabina quedó vacía
Se trata probablemente de una de las cintas más angustiantes y misteriosas que hemos tenido la ocasión de presenciar. Es difícil que una producción de los setenta (salvo por contadas excepciones como Saura o Víctor Erice) siga manteniendo su espíritu e impacto virgen. Cuando José Luis López Vázquez entra en la cabina, nadie sabe lo que pasará a continuación: se desencadena el infierno.
Reímos con los niños, sinvergüenzas de nosotros, con los que intentan derruir ese invento del diablo a base de fuerza o de maña, con los intentos inútiles del cuerpo de bomberos. Pasamos a formar parte de ese público que admira entusiasta el espectáculo macabro que se desarrolla ante sus ojos. No oímos al señor del interior de la cabina (pánfilo, tonto, idiota… ¡mira que quedarse encerrado en una cabina de teléfono! Olvidamos que, desde su perspectiva, este hombre lleva tres o cuatro o cinco horas encerrado en una cabina, una caja de cristal y metal donde el aire cada vez es más pesado y caliente. De todo esto no nos percataríamos a no ser por la magnífica interpretación de López Vázquez, que hace de señor mundano, el vecino que podría tener cualquiera, padre de familia, ciudadano medio. Tan común que resulta difícil encarnarlo, pero antes no había divos. Antes había actores.
Casi había olvidado la poesía de este mediometraje, sobre todo hacia el final, en la huída a lo desconocido. El pasaje del funeral, los payasos y tristes y el niño que corre es demoledor en gran parte gracias a una música de esas que tocan la fibra.
Total, cuando acaba tenemos aún más dudas, todo es más parco, más oscuro, más imposible y supongo que más magnífica (valen todas las redundancias). La historia plantea muchísimas lecturas, muchas, y demasiado evidentes, políticas: corría el año 1972. No obstante, tanto Antonio Mercero como José Luis Garci (algo bueno tenía que haber salido de él) afirmaron en diversas ocasiones que el planteamiento era puramente terrorífico o de ciencia ficción. Ahora nos quedan muchas anécdotas o datos que destacar. Se trata de la única producción española que ha ganado un Emmy. Antonio Mercero dejó el género e hizo cosas más blanditas como Farmacia de guardia, mientras que Garci… bueno, es Garci. A López Vázquez, por su parte, lo hemos podido disfrutar en La prima Angélica (Saura), la trilogía nacional de Berlanga (entablaron una relación profesional muy fructífera), La colmena, la adaptación televisiva del Quijote y otros productos que, como actor, no le hacían mucha justicia; ya sabéis, la España de sainete y pandereta…
Pero después de estos años se cierra la cabina, ésa que nunca lograremos desentrañar porque se fue el rostro que puso nombre al misterio de los señores que colocan centenas de cabinas trucadas a lo largo del país.
Os dejo la parte que os comentaba, la del viaje en grúa, y este enlace al corto. Que aproveche.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Creía que era de los últimos sesenta.. Una anécdota: cuando empezamos a ver "la cabina" todos penmsamos que era una españolada, una ópera bufa de las que hacían por entonces Sacristán, Landa, el propio López Vázquez... Y como iba a ser muy divertida, todos empezamos a verla con la sonrisa cómplice preparada, pero la sonrisa se nos fue helando hasta el escalofrío y más de uno tuvo pesadillas. Después se dijo que era el franquismo. La vi, segúneso, hace casi carenta años y la recuerdo perfectamente. Es evidente que impapactó.
ResponderEliminarRigoletto
Me hubiera gustado vivir esa experiencia: la expectación ante una posible comedia. Imagina: jajaja, José Luis López Vázquez, qué tío, es empezar la película y se queda encerrao. Pa partirse, vamos... pero oye, esta música me da mal rollo, ¿por qué hay otro tipo en una cabina? ¿Quiénes son los de la grúa? ¿Qué demonios es ese final? Oh, no voy a dormir en varias noches...
ResponderEliminarSin efectos especiales Mercero realizó uno de los mejores cortos de terror que se han hecho. Una especie de despensa donde las cabinas eran los envases y nosotros la comida :)
ResponderEliminarAunque si hubiera sido inglés y la cabina una de las típicas rojas inglesas, el éxito hubiera sido mucho mayor a buen seguro.
Telefónica vio disminuido su ingreso en las cabinas al poco de emitirse. Tardó poco en cambiarlas por los postes telefónicos al aire libre.
Y entró una psicosis generalizada: nadie cerraba la cabima del todo, sino que metía un hombro o un pie distraídamente. Todos sabíamos la delgada línea roja que separa realiodad y ficción, pero por si lñas miscas...
ResponderEliminarLa cabina seguía, o eso creímos nosotros, la línea de la serie
de TVE "Realatos para no dormir", que dirigía Ibáñez Serrador y que adaptaba relatos de Poe. Nos encontramos con algo tan distinto y novedoso que nos quedamos perplejos.
Rigoletto