lunes, 27 de junio de 2011

SKINS O FUMARSE LA VIDA












Quien haya estado en Gran Bretaña, lo sabrá.
Los británicos son exagerados.  A su modo, ser exagerados puede equipararse con ser geniales. Basta con salir una noche a la calle y ver cómo beben, con qué entusiasmo se pasan de rosca y se montan una fiesta en cero coma. Cómo críos y crías salen en ropa interior y se arrastran por las aceras con la intención de esquivar al gorila de turno. Con toda probabilidad, la sociedad mirará a otro lado. Pero Skins es el ojo del huracán.            Imaginen una serie de adolescentes que les pueda interesar a cualquier edad, que tenga el favor de público y crítica, que exude realismo por todas partes. ¿Parece difícil? Es sumamente complicado. Recuerden, no sé, Al salir de clase, con esos treintañeros haciéndose pasar por chavales de quince años; o Dawson crece, con esos oradores que ni el mismísimo Sorkin... Skins, en la línea de otros dramas de Channel 4 (Misfits, The Inbetweeners...) retoma el testigo de los adolescentes, del todo por el todo, de los experimentos vitales, del miedo a lo que hay más allá de los años locos, y conforma un discurso propio transgresor, consistente y desbordado en todos los sentidos.
            ¿Qué tiene Skins que no tienen los demás dramas juveniles? De entrada, un casting BRILLANTE. Ya sabemos que los actores ingleses no fallan casi nunca, que acaban interpretando a Shakespeare y llevándose estatuillas por doquier, pero no es posible. Todos los chavales (porque son adolescentes reales, no veinteañeros, ¡no treintañeros!) bordan sus papeles y forman pandillas de amigos que nos salvarían la vida. Como la mayoría de productos británicos, toma un tema trillado y lo revuelve, le da un nuevo significado, lo hace valioso e imprescindible. Más allá de que los personajes tengan múltiples reversos, de que nos parezcan reales, son extraordinarios por las cosas que les suceden. Las tramas de Skins son disparatadas, claro está, pero no está de más recordar que la base de una buena historia es un conflicto interesante. Y los conflictos en Skins son inmejorables, tal vez poco plausibles, pero posibles, coherentes con el universo que crea la ficción. Aquí la trama no es algo tan manido como la drogadicción o la homosexualidad, por poner dos ejemplos que tradicionalmente se han empleado como motor de la narración. Estos aspectos son sólo características definitorias de los protagonistas, no lo que los mueve. Por supuesto, hay drama clásico: amor, sexo, muerte, celos, autodestrucción...
            ¿Cómo se logra esto? Seamos claros: la edad media de los guionistas de Skins ronda los veinte años, es decir, lo más cercano a la adolescencia que se pueda estar y, por ende, a la problemática, la forma de pensar y el lenguaje: lenguaje inapropiado, vulgar, soez que emana de personajes heridos. También se nota esta juventud insultante en la elección de la música que ilustra el día a día de nuestros héroes: una banda sonora de aúpa, como nos tienen acostumbrados todos los creadores con cierto control sobre su obra y aspiraciones a que ésta trascienda. Claro que, por mucho que nos guste la serie, sus chavales alocados, el sexo gratuito, la droga y alcohol que lo impregnan todo, el exceso de fiestas... por mucho que nos atraiga esto, la fórmula se puede agotar. Y aquí entra el otro gran acierto de Skins.
            Cada dos temporadas, se produce un cambio total del reparto principal. Se mantiene Bristol como escenario, sí, pero llega una nueva camada de adolescentes extremos dispuestos a superar el listón (altísimo) dejado por sus predecesores. Así pues, el experimento, más allá de suponer una decepción, se convierte en aliciente para cualquier seguidor de la serie. ¿Cómo serán los nuevos? ¿Me harán olvidar a Cassie y Sid? ¿Y a la pérfida Effy? ¿A la inocente Panda? Sólo puedo decir que cada generación se crece al alejarse un poco de lo que era hasta entonces la serie en un alarde de lo que conocemos como "renovarse o morir". A la espera de que se estrene la sexta temporada y con rumores de película que una a las tres generaciones existentes, sólo me queda volver a recomendar esta serie sobre niñatos de Bristol, que son mejores que los pijos de NY, que son más reales porque están vivos, porque se meten de todo, y follan y se dan de hostias, y hablan con un acento británico delicioso e incomprensible en muchas ocasiones.
            Desde que vi Skins, he lamentado haber desperdiciado mi adolescencia, porque es la etapa precisa para vivir al límite y hacer todo eso que no nos atreveremos a hacer en nuestras vidas. Y decir "Te quiero" y "Maricón el último" y escaparse a la playa sin decirle nada a papá y mamá. No quiero desvelar más, pero si realmente la televisión es la nueva literatura, los protagonistas de Skins son el reverso vivo de Holden Caulfield y Peter Pan.

            pd. S01E02: No, nadie conseguirá que olvide a Cassie...

lunes, 20 de junio de 2011

Alicia Florrick knows...

Vivimos en un mundo agotado y desencantado.
       Vivimos en un mundo donde la clase política no representa a nadie, donde la economía es el motor que lo provoca todo, donde la justicia es algo tan relativo como irrelevante. Vivimos en un mundo donde la televisión ocupa un lugar importantísimo en el sentido de que cumple varias funciones: a) sirve de espejo en el que mirarnos y juzgarnos; b) alecciona, aunque esto no sea nada nuevo; c) entretiene (esto sí, más que nunca).
Por eso, cuando el año pasado se estrenó una serie de abogados nadie pensaba que supondría un revulsivo en la ficción contemporánea, ni mucho menos un salto cualitativo en las cadenas "abiertas" o networks. The good wife nació en el momento ideal para diseccionar la situación política y económica, cuando no social que ensucia en la actualidad a todo el planeta. Y, por si fuera poco, no era de David E. Kelley, el padrazo del drama jurídico (Ally McBeal, The Practice, Boston Legal o la reciente Harry's Law).
The good wife, si bien está protagonizada por una mujer, no es la manida serie feminista. De hecho, comienza con su personaje principal, Alicia Florrick, convertida en mujer florero de su marido, político de barras y estrellas implicado en un escándalo de infidelidad (prostitutas mediante) y corrupción. Sí, corrupción. Como la vida misma. Mientras tanto, en España, hacemos miniseries de otros corruptos como la Pantoja y su Cachuli. ¿Se puede sostener toda una serie con ese punto de partida de la buena esposa que se debate entre el amor y el engaño, entre la familia y el trabajo, entre el odio y la esperanza? Los responsables de la misma han demostrado que sí. Al fin y al cabo, la vida sigue aunque la gente vaya a la cárcel o tenga enemigos, y eso es lo que hace Alicia Florrick: retomar su vida.
Alicia es una mujer desesperada como las de Wisteria Lane, de esas que sonríen siempre a los vecinos y tapan la mierda, sólo que Mrs Florrick está sola en esta batalla. Un personaje tan denso requiere a una intérprete que dé la talla, y ahí entra Julianna Margulies. Muchos ya la conocíamos y amábamos por su etapa en Urgencias, donde compartía lecho con el doctor Ross (George Clooney), pero en The good wife se supera a sí misma y está soberbia. Podría ser perfectamente Hillary Clinton tras el escándalo Lewinski, foco de atención de todas las miradas. Alicia permanece estoica ante los comentarios que se producen a su alrededor. Por si fuera poco, ante la posibilidad de que su "buen marido" vaya a la cárcel, decide comenzar a trabajar como abogada en un bufete. Y aquí es donde entra otro gran acierto de la ficción: Alicia Florrick tiene que competir contra otro abogado en prácticas por la atención de los socios de la empresa. La competitividad laboral no es sino otro crudo reflejo de la situación socioeconómica que estamos atravesando.
Y comprobamos que a esta señora no se le da nada mal lo de los tribunales, a caso por capítulo (probablemente exigencia de la cadena para atraer audiencia todas las semanas más allá del arco de temporada), lo cual obliga a los guionistas a filar el ingenio y dar con casos especialmente representativos del momento actual. Hay fieras luchas por los derechos de páginas web, filtraciones de información personal en Twitter, diplomáticos envueltos en polémicas de toda índole... y esa mujer que sólo espera y desea que su familia salga adelante a pesar del desliz de su marido.
El espectador, siempre admirador de la entereza de esta mujer, también observa cómo cambia de manera muy sutil, cómo ella es la primera en darse cuenta de que el sistema tiene grandes fallos que ella, dentro de las leyes y las cortes, no puede arreglar. Y poco a poco se irá corrompiendo sin ser consciente de su cambio, y sólo le quedan sus hijos y un marido y un cerebro que dicta ideas contrarias a sus entrañas.
The good wife es ahora mismo mejor reflejo del mundo en que vivimos que cualquier otra serie. No es la más espectacular ni la más cara, ni siquiera la más adictiva, pero su escritura es impecable y los personajes tienen tantos matices, tantos recovecos humanos que no hace falta más. Alicia Florrick cambiará el mundo, porque ella ha comenzado desde abajo la revolución que todos esperábamos. Larga vida a la reina, a la mala esposa, a la mujer devorada por sus anhelos y la traición.